El dinero es la herramienta de la que nos servimos actualmente para representar el poder de adquisición de productos y servicios de cada habitante de la Tierra. El sistema económico trata, teóricamente, de repartir la riqueza existente de forma más o menos justa de manera que todos los humanos dispongan de los medios suficientes para tener una vida digna.
Entiendo que una crisis de riqueza global se produce cuando no hay forma de repartir los recursos existentes entre todas las personas debido a la escasez de los primeros o a la superpoblación de estas últimas.
Según el Instituto Nacional de Estadística, en 2011 había en España 23.398 personas sin hogar y 3.443.365 viviendas vacías, esto es, casi 150 viviendas deshabitadas por cada persona sin hogar. No tengo datos más recientes, pero sospecho que la tendencia no es para nada halagüeña. El problema que acucia a España en estos momentos no se trata, por tanto, de una escasez de recursos, de una crisis, sino de un fracaso evidente del sistema de reparto de riqueza.
Nos venden a diario en los medios de comunicación que no podemos hacer nada, que es por culpa de la crisis, que «qué se le va a hacer, tenemos que apretarnos el cinturón». Sin embargo, lo que ocurre es que sobran (muchos) recursos pero están en manos de los llamados fondos buitre, de una minoría privilegiada y de bancos rescatados con nuestro dinero. Mientras tanto, observamos sin estupor cómo familias enteras se quedan en la calle cada día. En el mejor de los casos se irán a vivir con sus familiares (padres y hermanos); en otros casos, duermen donde pueden acudiendo a la beneficencia o en la misma calle; en el peor de los casos, se quitan la vida.
Como curiosidad macabra, la vigésimo tercera edición del Diccionario de la Real Academia Española incluye por primera vez la expresión sin techo entre sus páginas.
Algún día, espero que no dentro de mucho tiempo, nuestros descendientes mirarán atrás y se preguntarán qué tipo de civilización éramos, que dejaba en la calle a sus vecinos, dejaba morir de hambre y enfermedades curables a otras personas y destrozaban sin miramientos el medio ambiente que les cobijaba. Y hoy me da vergüenza aceptar que yo soy uno de los miembros de esa civilización de tres al cuarto.